Bogotá en Llamas - Así viví el Bogotazo


Image result for yo no soy un hombre soy un pueblo


Era el 9 de abril de 1948, hace 70 años. En pleno centro de Bogotá el líder político liberal Jorge Eliecer Gaitán fue asesinado mientras mi abuelito estudiaba en el Colegio León XIII.

Esta es la historia de cómo lo vivió.






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Un viernes en la tarde la ciudad capital se desenvolvía con toda naturalidad, sus habitantes disfrutaban de un día soleado y agradable.

Por sus calles y avenidas el bullicio era general pero muy especialmente en la carrera séptima donde los almacenes de lujo en ropa, joyerías, perfumerías y droguerías ofrecían lo mejor del comercio, a una clientela exigente y distinguida. Por estas cualidades esta vía se había constituido en el corazón de la ciudad; era muy agradable recorrerla y disfrutar de muchas de sus comodidades, por eso mismo nadie se hubiera imaginado que tres horas después el caos y la anarquía transformarían todo esto en un infierno de venganzas, saqueos, disparos, incendios y muerte.Todo este desorden lo provocaron unos certeros disparos sobre la humanidad del ídolo del pueblo, el caudillo Jorge Eliécer Gaitán, en quién se tenían muy fundadas esperanzas de redención, de una vida mejor para esta sufrida Colombia.

El Doctor Gaitán tenía su oficina de abogado penalista en la carrera 7ª con calle 14. A eso de la una de la tarde el Doctor Gaitán salía de su oficina en compañía de otro distinguido abogado, en ese instante el asesino se le puso en frente y accionó su arma acabando con la vida del valioso hombre y político. Sus amigos en el afán por salvarle la vida lo condujeron a la Clínica Central situada a pocas cuadras del sitio, pero el esfuerzo de los médicos no logró evitar su muerte.

La noticia de su fallecimiento corrió en todas direcciones y fue el fogonazo que incendió las mentes y los corazones de sus miles de seguidores, quienes en medio de su orfandad política no encontraron otro grito que el de venganza que salió unánimemente de todas las gargantas.

El asesino fue el primero en caer bajo los furiosos golpes de la turba ofuscada y su cadáver quiso ser llevado en rastra hasta el Palacio de Nariño sede del primer mandatario de la república Doctor Mariano Ospina Pérez; ante tal desacato el Batallón Guardia Presidencial se vio obligado a cerrar la vía a espaldas del Capitolio Nacional y fue entonces cuando el Ejército Nacional tuvo su encontronazo con una turba enardecida y fuera de todo control, seguramente en ese sector cayeron las primeras víctimas de este siniestro 9 de Abril de 1948. No se puede negar que en esa terrible confrontación todos los habitantes de la ciudad sufriríamos en carne propia los rigores de la tragedia, unos más que otros, es cierto, pero grandes y pequeños terminaríamos siendo víctimas. En mi caso personal yo en ese año terminaba mi bachillerato en el Colegio Salesiano de León XIII situado en la Carrera 5ª entre calles 8ª y 9ª es decir, a dos cuadras del Palacio de Nariño sede de la presidencia de la república, por consiguiente el destino nos había puesto en el mismo ojo del huracán.

En el Colegio que ocupa toda la manzana estudiábamos unos 800 alumnos, los padres de la dirección, varios coadjutores salesianos y muchos profesores salesianos y particulares, más una buena cantidad de personal del servicio que en general sumarían más de 1000 personas.

Serían las dos de la tarde, yo me encontraba adelantando unas tareas cuando entró un profesor externo bastante alterado y me dice: -Acaban de asesinar a Gaitán-. Yo muy inocentemente le respondo: -¿Entonces por eso es que están lanzando cohetes?-. A lo que el responde: -Como se le ocurre, no son cohetes, son disparos, ráfagas de fusil, de revólver, de toda clase de armas de fuego. Yo no sé como pude llegar sano y salvo. Vi gente herida y algunos muertos...-
Así comprendí lo delicado de la situación. Para entonces comenzábamos a escuchar la gritería de la turba que clamaba venganza.

En pocos momentos la disciplina del colegio se vio alterada, se formaron grupos que comentaban en diferentes formas lo que estaba pasando.

Image result for el bogotazoCuando menos lo esperábamos bajaron de un segundo piso a dos alumnos heridos, uno de ellos que tenía la mano derecha apoyada en el marco de la ventana, una bala perdida le voló dos dedos, y otro que se encontraba de espaldas una bala le hirió un hombro, afortunadamente en forma leve.

A raíz de estas situaciones el Padre Director ordenó que todo el personal nos reuniéramos en el patio de recreo donde el peligro era menor. Nos encontrábamos comentando las circunstancias con el Padre Director cuando llegaron unos empleados del servicio a decirle que unos revoltosos que habían roto las ventanas que quedaban sobre la carrera 4ª estaban en los corredores disparando y que habían prendido fuego a los muebles y unas banderas que adornaban el salón del Centro Literario.

El Padre nos dijo: -No permitiré que quemen el Colegio, hablaré con ellos-.

-No Padre- Le suplicaron los más grandes, -No lo haga, están ebrios y armados, apenas lo vean no dudarán en dispararle según las consignas que están gritando. Lo más probable es que al no encontrar ninguna clase de resistencia se retiren del lugar...-
Afortunadamente así ocurrió; cuando ya no escuchábamos nada, un profesor y varios empleados del servicio corrieron a apagar las llamas que por fortuna no habían tomado fuerza.

En las calles a medida que las horas transcurrían, la situación empeoraba, ya en medio de la oscuridad de la noche, el siniestro resplandor de los incendios cercanos aumentaba la incertidumbre de nuestras desventuras. Empezaba a correr el rumor de que la turba la estaba emprendiendo contra los colegios de los religiosos, que el Colegio de San Bartolomé, La Presentación, La salle (donde estudiaban los hijos del presidente Ospina Pérez) estaban en llamas.
Por fortuna eran solo rumores, porque no teníamos radios ni teléfonos que nos pudieran informar, las noticias llegaban muy fragmentadas a través de puertas y ventanas o de algún curioso, que arriesgando su vida, trataba de informar lo que veía desde alguna terraza.

Analizadas todas estas circunstancias por el Padre Director y sus asesores y viendo las caras de terror y aún las lágrimas en los ojos de los más pequeños, acordaron que los asustados alumnos se resguardaran en los depósitos donde guardaban los materiales destinados a la enseñanza en los talleres de artes y oficios, allí por lo menos, sería muy difícil que alcanzaran a llegar las balas perdidas.
En mi caso, buscamos refugio con varios compañeros en un depósito de maderas destinadas al taller de ebanistería.
Allí nos resguardamos, o por lo menos así lo creímos tras una buena cantidad de tablones y comenzamos a comentar la situación que se estaba viviendo en esos momentos de terror, yo recuerdo muy bien que trataba de infundirles ánimos y que confiáramos que en cualquier momento llegaría el Ejército a restablecer el orden y devolvernos la tranquilidad.

Serían las nueve de la noche cuando escuchamos gran gritería de los revoltosos que subían por la calle 9ª, nuestro refugio se encontraba sobre ese costado.
Para brindar algo de luz al depósito había algunos tramos en la pared de gruesas marquesinas, de pronto alguien con la culata de un fusil hizo volar en pedazos dos gruesos cuadros de la marquesina y por el agujero introdujo el cañón del fusil y en medio de insultos contra los sacerdotes soltó un disparo y la bala dio contra un tubo madre del acueducto que pasaba muy cerca del techo, inmediatamente una pluma de agua a presión nos lavó a todos, así que con la ropa mojada nos vimos en la necesidad de abandonar nuestro refugio.

Por fortuna, este pequeño incidente fue lo más molesto que nos ocurrió, en esa forma salimos al patio donde todos comentaban con mucho optimismo que se acercaba a la ciudad un gran número de soldados enviados desde el Batallón Bolívar de la ciudad de Tunja con la misión de restituir el orden y devolver la paz a la ciudad.

Creo que esa noche nadie durmió, ni en el colegio ni en la ciudad. Ya en la madrugada y seguramente con la llegada de la tropa que empezaron a patrullar las calles y a imponer el orden, que no fue tarea fácil, pues había muchos saqueadores llevando bultos de mercancía, hombres y mujeres borrachos y cadáveres tirados por todas partes.
Sin embargo, los disparos comenzaron a disminuir y la turba a emprender la retirada hacia los cerros o los barrios alejados, por otro lado la naturaleza tuvo con la ciudad algo de compasión porque comenzó a caer un gran aguacero que en mucho contribuyó a apaciguar los incendios y a calmar los ánimos.

La ciudad amaneció militarizada y la violencia disminuida en un gran porcentaje.

Las pocas emisoras que funcionaban solo enviaban mensajes pidiendo calma y serenidad. Los políticos tratando de reunirse con el presidente para buscar inmediatas soluciones políticas y militares. En medio de esta incierta situación el Padre Director del Colegio buscando la mejor salida para el establecimiento y sus alumnos y teniendo en cuenta que cerca de mil personas permanecíamos en la incertidumbre, sin servicios, y sobre todo, con gran escasez de agua y víveres para la alimentación de todo el personal, nos reunió en el patio y ante todos expuso su plan de emergencia: Después de explicar muy brevemente que el colegio no se encontraba preparado para una situación así, no había víveres suficientes, el agua comenzaba a escasear y sobretodo todos, como es natural, estarían deseosos por saber la suerte de sus familias dijo: - Hemos resuelto permitir que los alumnos cuyas familias residen en Bogotá puedan regresar a sus casas; así que quienes se encuentren en estas condiciones sírvanse dar dos pasos al frente.-

Aproximadamente más de la mitad del personal dimos los dos pasos al frente.

-Está bien, ya que el ejército tiene bajo relativo control la ciudad y hay calma, confeccionaré listas por sectores. Los residentes al sur pasar a este lado, los del centro aquí, los residentes al oriente a esta parte, los de occidente aquí, finalmente los del norte en esta parte...-
Fraccionados en este modo, se formaron grupos de entre cincuenta y sesenta alumnos, así que los grupos más numerosos a su vez fueron subdivididos de tal manera que no quedaran grupos de más de veinte personas.

Resuelto este problema dijo el Padre: -Si todo continúa con relativa calma, después de almuerzo saldrán los grupos bajo la dirección de un padre, otros bajo la dirección de un coadjutor salesiano, otros bajo la dirección de un profesor, todos ellos se encargarán de entregarlos a sus respectivas familias.-

Así las cosas, a mí me correspondió en un grupo formado por 15 compañeros que saldríamos hacia el norte bajo la dirección del Padre Andrés Rosa salesiano.
Hacia las dos de la tarde, bajó el Padre Rosa impecablemente vestido de civil, reunió su grupo y nos hizo las siguientes recomendaciones: -Caminaremos unidos y muy disciplinados, si algún oficial o soldado nos detiene me dejan hablar a mí y por favor, no me llamen Padre, solamente Señor Rosa. Ahora rezaremos una oración encomendándonos a nuestra Madre María Auxiliadora.-
Nos dio la bendición y salimos del colegio por la carrera 5ª.

Lo que vimos en nuestro recorrido por el centro de la ciudad nos hizo entender la magnitud de esas 24 horas de crueldad y barbarie de un pueblo que cobró muy caro la muerte de su líder. Humeaban edificios y almacenes, vehículos y tranvías que tanto y tan buen servicio habían prestado al público, solo se veían los hierros ahumados, pues la silletería había sido pasto de las llamas; del Palacio de Justicia habían lanzado a la calle, desde pisos superiores, máquinas de escribir y volaban por el piso expedientes a medio quemar.

Los soldados nos obligaban a caminar con las manos en la nuca y toda maleta o paquete era cuidadosamente revisada.

Los únicos vehículos que circulaban eran los camiones del ejército y la Cruz roja.

Los peligros eran latentes, desde cualquier techo o terraza podía llegar en cualquier momento un mortal balazo, por los andenes y en los marcos de las ventanas de los pisos bajos se veían botellas de licores a medio consumir: Whisky, Brandy, Ginebra, Vinos y Aguardiente, todo lo que al ser consumido sin control, contribuyó a enardecer los ánimos y perder el juicio.

De los 15 compañeros que caminábamos con el Padre Rosa, seis se quedaron en un conjunto residencial que existía arriba de la Biblioteca Nacional, luego bajamos hacia el Barrio Santa Fe donde residían otros cuatro, luego seguimos hacia Teusaquillo donde se quedó otro, hasta cuando llegamos a la carrera 13 con calle 34 donde yo me quedaría en casa de un tío.

Allí tras un breve saludo del Padre con mi tío, este se excusó por no poder aceptar la invitación a seguir, porque aún le quedaban tres alumnos por entregar a sus familias y no quería que le cogiera el toque de queda que regía.
Se despidió recomendando permanecer pendientes de los periódicos, donde se publicarían las fechas de reanudación de clases, puesto que lo que se había acordado era el anticipo de las vacaciones de mitad de año.

La llegada a la casa de mi tío fue providencial, el solo se encontraba con la esposa que por esos días se encontraba delicada de salud y la empleada de servicio que por ser de provincia no conocía la ciudad, por consiguiente era completamente inútil enviarla a hacer cualquier diligencia fuera de la casa. Por ese motivo tuve que realizar dos viajes atravesando la parte más peligrosa de la ciudad pues tenía que trasladarme desde la calle 34 con carrera 13 a la calle 11 con carrera 4ª donde residía la enfermera que por ser la secretaria del médico que la atendía y al no poder contactarnos con él resultaba ser la persona más indicada para atenderla.
No sobra decir, que esta misión no fue nada fácil, tuve muy serias dificultades, especialmente cuando regresaba con la enfermera que resultó ser una persona muy sensible y al contemplar la ciudad herida y en ruinas lo mejor de su comercio, no pudo más y se sentó a llorar desconsolada y lo peor fue que trató de desmayarse.
En grandes aprietos me vi para darle ánimos e invitarla a seguir con nuestra misión.

Sean estas pocas líneas un sincero reconocimiento a los abnegados oficiales, suboficiales y soldados de mi patria que en días tan difíciles nos devolvieron la paz y el orden que solo se aprecian en todo su valor cuando se ven perdidos.
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