El tío que me cambió la vida






Mi abuelito nació en una época en la que el calendario evitaba a las madres tener que pensar mucho un nombre. ¿El niño nació el 22 de febrero? Pascasio se llamará. ¿La niña abrió los ojos al mundo el 17 de septiembre?  No se diga más, será Hildegarda. Lindo nombre. 
Él, muy afortunado, tuvo unos padres que decidieron ser rebeldes y elegir uno ellos solitos. Un bendecido 15 de Enero nació mi abuelito José Alfonso.
Pero él ha decidido sacar provecho de su nombre y celebrar no solo su cumpleaños, sino también su santo (San José). ¡Qué Crack! Doble comida, doble brindis y doble regalo. 
No dudo que muchos de los que están leyendo este post buscarán el día de su santo por Google y se irán de copas en ese momento.

Precisamente hace un par de semanas nos reunimos en familia para celebrar el día de San José (que cae el 19 de marzo). Almorzamos fuera y cuando volvimos a la casa de mi abuelito para comer el postre, empezó a recordar con nostalgia su niñez y juventud y nos contó la historia que viene a continuación. Intenté no editar mucho sus palabras y expresiones.

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Nosotros eramos 8 en la casa y mi papá era notario en Pesca (Boyacá). La gente le decía que "se había ganado la lotería" porque según ellos era un gran puesto que muchos se peleaban, pero la realidad era que ser notario en un pueblo donde las compras y negocios se cerraban de palabra, con testigos presenciales, no era muy bueno.
En la casa siempre había dificultades económicas.

Image result for pesca boyacaMi papá con ese 'tris' de puesto, mi mamá con un almacencito de venta de todo (desde mercado para la casa hasta telas y regalos), a duras penas alcanzaban para pagar la pensión del colegio, los uniformes y si acaso los libros míos y de mis hermanos.

Una tarde a la hora de la comida mi papá nos reunió y nos dijo "mis chinitos, no les voy a poder seguir pagando estudio, María y yo escasamente podremos pagar la pensión y los uniformes de las dos niñas mayores en el colegio, pero los demás deben irse a estudiar a la escuela donde no hay que pagar."

Yo le tenía terror al director de la escuela, él era de buena familia pero también era un patán. A él no le importaba romperle la regla en las costillas a los alumnos, así que yo sentía mucha angustia.
Días después timbraron en la casa, estaba yo solo y cuando abrí vi que era una muchacha de la casa de abajo con un sitial de María Auxiliadora. Yo lo recibí, lo puse en la sala, me quedé mirando el cuadro y sentí una devoción... tuve la necesidad de arrodillarme y me puse a rezar. -mi abuelito que es sin duda un devoto de la virgen hace un breve silencio, como intentando que de sus ojos ahora vidriosos no se escape ni una lágrima- Le pedí a la virgen que no permitiera que yo tuviera que estudiar con ese profesor.

Nuestra casa tenía un lote atrás con frutales, habían duraznos, manzanas, peras, cerezas, y nosotros solíamos jugar allí. Estábamos un día Bernarda (que es la menor), Paco y yo, y llegó Hermencia (una de mis hermanas mayores) a decirnos que mi mamá nos necesitaba. Ella estaba sentada en su cama, llorando. 
Yo me asusté, pensé que se había muerto alguien, pero solo quería que escucháramos el contenido de la carta que había estado leyendo.
Nos sorprendió saber que teníamos un tío rico e influyente que en ese momento era senador. Era el tío Miguel de Jesús Pérez. El papá de él le dejó una herencia bastante considerable con el fin de que se costeara su educación y también la de mi mamá, su hermana.
En la carta decía que él sabía de algunas privaciones que teníamos en la casa y que él quería ayudar, quería que el mayor de sus hijos varones viajara a Bogotá para que él pudiera costearle la carrera.
Mi mamá se quedó mirándome y me dice "a usted le va a cambiar la vida" y si... realmente así fue, me cambió la vida. -en ese momento mi mami responde "a todos", mi abuelito sonríe y prosigue-.

Él era abogado de los ferrocarriles así que nos dijo que no nos preocupáramos, que pronto nos llegarían los pasajes y una plata para ayudar con mi llegada, lo cual efectivamente llegó días después con el mismo señor con quien había enviado la carta.
Estaba recién puesto el ferrocarril del nordeste, ¡eso era una belleza!, había vagones de primera, de segunda y de tercera clase. En los de primera había alfombra roja, un buen baño, lámparas en el techo, ¡de todo!, los de segunda ya eran asientos duros y no tenían lujos, y los de tercera era donde iba la gente pobre, campesinos que iban con sus bultos y cosas.
Era un tren largo, como cosa de tres cuadras. Con tanta noticia y tanto lujo mi mamá se afanó y me mandó hacer un vestido. -risas-

Se llegó el día de hacer el viaje, yo quedé boquiabierto al ver semejante máquina de vapor, echaba humo y el pito retumbaba por todas partes.
-mi mami en ese momento aclara que mi abuelito hasta ese momento no había estado sino en Pesca y Sogamoso, no había salido a ningún otro sitio. Mi abuelito asiente y sigue con su relato-

Al entrar nos recibió el conductor que era un señor con uniforme azul y se sorprendió porqué teníamos pasajes especiales. Nos dieron el mejor sitio y en el mejor vagón.
El viaje duraba todo el día, salía a las 7 de la mañana el tren de Sogamoso y llegaba entre 6 y 6:30 a Bogotá. La entrada a Bogotá era un mar de luces, carros que van, carros que vienen, los tranvías que eso era un lujo y al bajarnos mi abuelita dijo "¡Ahí viene Miguel!".
El tío llegó con su chofer quien recogió nuestro equipaje y cuando me vio preguntó sorprendido si era yo el chico al que le iba a costear el estudio, y le explicaron que si, que yo era el mayor de los hombres, que en quien él había pensado inicialmente se nos había muerto de 10 años de tosferina, por la falta de médico y medicina.
A mi me dio eso y mi mamá decía "no sé que santo me lo favoreció", porque hacer el viaje a caballo, por el páramo y yo bebé...llegamos a Tunja y yo me agravé, me puse morado y mi mamá se metió a la primera iglesia que encontró conmigo alzado, y le dijo a la virgen "sálvemelo, porque se me está muriendo". Dio la casualidad de que al preguntar donde había un médico, le mostraron una droguería a la que me llevó. El médico que estaba ahí me hizo tomar una cucharada de un jarabe y pidió que me abrigaran más. Y después me mejoré. Me salvaron la vida ahí.

Pero bueno, ya aquí en Bogotá cuando el tío Miguel me vio dijo "no, este no puede entrar aún a un colegio, tiene que devolverse a Pesca y seguir estudiando...yo creo que en unos dos años vemos si puede volver a estudiar aquí."
Así que nos devolvimos, pero a los dos años me volvieron a llevar a Bogotá y yo ya leía, me hacían un dictado y yo escribía. 

Entonces el tío Miguel me preguntó qué quería estudiar, y yo le dije que me gustaba la medicina, pero en ese momento tocaba estudiar 14 años y yo no sabía quien les iba a ayudar a mi papá y a mi mamá. Y el tío me dijo que tenía razón pero que había otras opciones. 
Me sugirió aprender un arte.

Image result for colegio leon xiii bogotaAl día siguiente me llevó al Colegio Salesiano León XIII, al pie del Santuario del Carmen. ¡Una belleza!. Me hicieron un examen para ver si podía entrar a primero de bachillerato y el Padre Martínez me hizo un dictado. Me puso a hacer unas sumas, unas restas, y al final el Padre le dijo al tío que si, que yo estaba preparado. 
Enseñaban varias artes y por lo que le dijo mi mamá a mi tío sobre las habilidades que me había visto, me matricularon para electricidad. 
El profesor Zuluaga era un coadjutor salesiano antioqueño 'medio chiflis' -risas de toda la familia-, era el primer día de clase y teníamos que hacer unos ejercicios con alambres, el profesor se me acercó, me preguntó qué tal me parecía todo y qué tal era yo para las matemáticas. Le dije "yo soy malo" y eso se lo debo de veras a las monjas. La monja que nos daba clases de aritmética era una vieja 'medio rabietas' y no muy preparada para enseñar. Un día me hizo pasar al tablero y me dijo que escribiera los número del 1 al 10. Yo cogí la tiza e hice así -hace la mímica de dibujar el número uno iniciando desde abajo-, ella me dijo que así no era, que debía empezar por arriba y luego bajar. Yo lo volví a hacer igual. Ella me dio mi coscorrón y me dio contra el tablero, me llenó la cara de tiza. Y desde ahí le cogí antipatía y temor a las matemáticas. Y me quedé así -nuevas risas de todos los que lo escuchamos-.
El hecho es que cuando hablamos con Zuluaga de lo malo que soy con las matemáticas me dijo que yo no servía para electricidad.
Me dieron la facilidad de visitar los otros talleres para elegir otra cosa. Fui al de ebanistería. Cómo mi papá tuvo un tallercito de madera y yo le ayudaba, yo tenía idea pero no me gustaba. Siempre es que ese aserrín...
Me llevaron al de sastrería, y yo dije ¡Menos!. Ver a un señor ahí con su agujita...no no, yo no sirvo para eso.
Fuimos al de fotograbado, es donde se elaboran esas placas para hacer impresiones con fotos. Al entrar vi unos tambores que giraban con ácidos y me acerqué y eso olía a feo. Tampoco me gustó. -risas-
Después me llevaron a artes gráficas. Era una maquinaria hermosa, maquinas impresoras italianas. Me metieron a un cuartico pequeño donde estaban los linotipos, también muy bonitos. Cuando vi al señor Vargas, el linotipista tecleando y frente a palancas que suben y que bajan, dije ¡Esto es lo que me gusta!.

Me quedé en artes gráficas, y no me arrepiento porque me gustó mucho y me defendí bien en el arte.
Sin embargo había cosas que no me gustaban: primero me entintaba mucho, pero bueno...lo más complicado era que los linotipistas no enseñaban, era egoísmo porque no querían que alguien más aprendiera o pensaban que les iban a quitar la clientela. Pero dio la casualidad que llegó un profesor italiano que hablaba muy poco español, pero yo le entendía. Él le dio la orden a Vargas de que me mostrara qué era lo que hacía, pero él no quería explicarme, yo solo veía que el movía cosas, la máquina sonaba y salía el texto, y ya. Hasta que el italiano se cansó y lo sacó...y me sentó a mi en el linotipo. Era como si me hubieran sentado frente a los comandos de un avión. Pero aprendí, en eso estuve hasta que terminé el colegio y en eso trabajé hasta que me pensioné. 

-Termina el relato con una sonrisa-

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Eterno es el agradecimiento de mi abuelito hacia el tío Miguel de J. Pérez. Y eterno también el de todos los Patiño quienes directa o indirectamente nos beneficiamos enormemente de sus buenos actos.
Dios lo continúe teniendo en su gloria.



Homenaje póstumo al tío Miguel.
Por: José Alfonso Patiño

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