Mi padre sobrevivió al Proceso Avella


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Esto ocurrió al principio de los años 30. 

Mi papá tocaba el clarinete y pertenecía a la banda de músicos de Pesca, un municipio del departamento de Boyacá y mi lugar de nacimiento.
Los contrataban de pueblos cercanos para amenizar fiestas privadas y públicas.
Una vez, los contrataron de Sáchica – Boyacá por motivo de las ferias y fiestas del pueblo, y tuvieron que tocar cerca a un campamento de gitanos que armaban sus carpas por varios pueblos y se ganaban la vida adivinando la suerte y amansando caballos.
Cuando finalizaron su presentación se les acercó uno de los gitanos y les dijo -Nos ha gustado mucho su repertorio musical, hoy tuvimos dos matrimonios en la comunidad y queremos que nos amenicen la fiesta-.
No estaba dentro de los planes de la banda, pero como el pago sonaba interesante decidieron continuar tocando en el campamento gitano. En la fiesta había un derroche de comida y bebidas, calderos gigantes llenos de pavo, gallina, todo tipo de carnes, jarros enormes con aguardiente, whisky y brandy, que era lo que más tomaban.
Al terminar la celebración los músicos decidieron quedarse celebrando, dispuestos también a seguir tocando por un pago adicional, pero mi papá sabiendo que mi mamá estaba sola en la casa y con pocos recursos esperando su regreso, prefirió irse.
En esa época no viajaban ni siquiera a caballo, todos esos pueblos se los recorrían a pie. Había que pasar de Sáchica a Tunja, de Tunja a Toca y de Toca a Pesca, en un viaje en el que se podían demorar todo un día, incluso un poco más.
La primera parada la hizo en Tunja, donde se quedó a descansar del trajín de la noche anterior. Al despertar se puso a hacer algunas compras y eso retrasó su viaje a Toca, de la cual lo separaban unas cinco horas a pie atravesando un páramo. Como arrancó tarde, le cogió la noche llegando a un pueblo que se llama Siachoque, así que pensó que sería mejor pedir posada para evitar posibles peligros.
Por el camino encontró una casa con una luz prendida y se acercó. Era conocida en esos años la hospitalidad de la gente de los pueblos, quienes acogían y alimentaban a los viajeros porque aun confiaban los unos en los otros. Mi papá golpeó la puerta, que fue abierta por un hombre al que saludó y le dijo –Buenas noches, estoy con ganas de descansar porque vengo de tocar en las fiestas de Sáchica, he caminado bastante, ahorita me toca un trayecto feo que es el páramo y yo no quiero pasarlo de noche-.
Como era de esperar, el hombre le respondió –Ah no paisano, tranquilo que acá se le da posada. ¿Que trae ahí en su equipaje?-. A lo que mi padre respondió –Es mi instrumento, una mantica que compré en Tunja donde son expertos en tejidos de lana, un lazo de fique y unas frutas que le llevo a la familia-. El dueño de la casa extrañamente le preguntó –Si viene de tocar, entonces traerá platica…- y mi papá inocente le respondió que tenía el pago recibido por sus servicios, mientras lo seguía al sitio donde le daría alojamiento.
Atravesaron un patio y llegaron a un rancho con techo de paja feo, viejo y descuidado donde no había luz. Le ofreció un pedacito de esperma y lo hizo seguir al sitio que se convertiría en su espacio de descanso esa noche. Mi papá agradeció, se despidió, cerró la puerta y se recostó en la cama, sintiendo de inmediato el frío por la humedad en las paredes y el piso, y un olor insoportable que lo distraía y no le permitía conciliar el sueño. A la madrugada y mientras estaba sumido en sus pensamientos, sintió el “click” de un candado con el que lo estaban encerrando en la habitación. Asustado intentó abrir y no lo logró. Comenzó a buscar llaves o alguna cosa que le ayudara a forzar la puerta y cuando se asomó por debajo de la cama se encontró con un hombre muerto.
Sintiendo terror por lo que podría ocurrirle a él también, desempacó sus cosas y colgó de una de las vigas del techo su lazo de fique con el que se ayudó a escalar y a salir por el techo de paja desde el que saltó a una plantación de maíz justo cuando el hombre que le había dado posada estaba abriendo la puerta.
Mi papá corría por el maizal, mientras el hombre quien más adelante se enteraría era llamado “el Proceso Avella”, un bandido reconocido en la región y que debía varias muertes, corría tras él con un perro que olfateaba sus pasos.
Image result for pesca boyacaLlegó a un río que no estaba muy crecido y a esas horas de la madrugada lo cruzó a nado, sabiendo que el perro perdería su rastro de esta forma. A la otra orilla del río había un carro de yunta (un artefacto de madera con dos ruedas grandes al cual se unen mulas o bueyes que lo arrastran, y lo usan los campesinos para movilizar sus bultos y para arar sus cosechas), y mi papá se escondió debajo muerto de miedo mientras escuchaba al Proceso Avella lanzar insultos blandiendo su machete y correr tras el perro que iba desorientado río arriba.
Así pudo atravesar el páramo, Toca y llegar a Pesca, su amado pueblo, con mi mamá quien lo esperaba con brazos abiertos y la calidez y seguridad del hogar.

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